En Lisboa, antes de que el alba despierte a las campanas, el personal subalterno despierta el silencio con pasos de fatiga. Son ellos quienes preparan bandejas, limpian hornos y sostienen la rutina invisible. Por ellos, los obradores hallarán orden y ritmo, y entre sus dedos surgirá el milagro: el pastel de nata, dorado como sol cautivo, con el perfume tibio que anuncia que la memoria también puede comerse.
Que profundo te has puesto Mario, la escena tiene una luz preciosa, bien vista, saludos
