El miedo apoderó del grupo, no tenían escapatoria, acabarían espachurradas por el camino y en su epitafio pondría “Estas son malas”. Les llegó la hora, con toda seguridad las arrancarían o las pisarían.
Era extraño que se arrodillara, era muy raro que nos mirara tan de cerca sin tocarnos. El visitante empezó a sacar cachivaches de su mochila, chapitas plateadas, agujas de la abuela, lo que parecía un cojín, una cámara y una linterna que era un sol.
Finalmente salió la navaja. Las armilarias se estremecieron y despavoridas temieron lo peor. Pero no sucedió nada, el visitante, después de dos horas “cliccataclic”, ilumino su sonrisa, recogió todo aquello y se largó.
La sorpresa de las armilarias era mayúscula “tanto rato por dios” y ni tocarnos, aliviadas del susto siguieron con sus cosas de setas. Que si el micelio, que si las esporas, si lloverá o hará calor.